Ni soy de Tordesillas, ni he visto nunca
el “espectáculo” del toro de vega –ni en la tele, tengo que reconocerlo-.
No soy “animalista”, no soy “especista” –o
lo soy, según quién lo juzgue: no creo que todos los demás seres vivos tengan
los mismos derechos que un ser humano en genérico, no creo que todos sean de mi
especie-. Como carne, visto –y sobre todo calzo- pieles.
Siendo trabajadora –y además y sobre todo,
siendo mujer- tengo poco a favor de las tradiciones, que suelen repartirnos poco, pagarnos mal, dejarnos
en la cocina, saliendo poco y con la cabeza cubierta o recibiendo maltrato.
Pero me duele la idea de que un
grupo de seres humanos se prueben como hombres –sea aquí o en Noruega, sea
contra toros o contra focas- causando daño físico a quién no se lo hizo – a él,
en concreto- previamente. Se me ocurren otros ritos de paso a la edad adulta,
desde aguantar estoico la cola del desempleo y un par de entrevistas de trabajo
para después manifestarse contra el ministro de turno y correr ante los
antidisturbios que pretenden “disolverle” a encargarse con gracia y donaire de
las tareas de la casa a diario y comentarlo con los colegas sin disculparse por
“ayudar a su madre” sin menoscabo de su “hombría”, a acercarse a una mujer que
le gusta o que simplemente le apetece sin pensar que su gesta está destinada al
fracaso –si “cae” es una “puta”, si no “cae” una “estirada”-… por comenzar la
lista y sin intención de exhaustividad.